Hace 19 años, un nombre quedó grabado en la historia de Cancún y Quintana Roo: Wilma. En octubre de 2005, este devastador huracán de categoría 5 impactó la región con vientos de hasta 295 kilómetros por hora y marejadas que superaron los 12 metros, azotando el Caribe mexicano durante 63 horas ininterrumpidas. Fue el golpe más destructivo que la región había experimentado, y su efecto transformó para siempre a uno de los destinos turísticos más importantes del país.

El huracán no solo arrasó edificios, hoteles y hogares; también destruyó sueños y puso a prueba la resiliencia de la población. En esos días de octubre, Cancún se convirtió en un caos, con calles que antes eran transitadas por turistas convertidas en ríos indomables. La tormenta dejó a la ciudad sin electricidad, comunicación y, por momentos, sin esperanza.

Uno de los episodios más oscuros de esta tragedia fue la rapiña. Mientras la naturaleza desataba su furia, algunos aprovecharon el descontrol para saquear tiendas y comercios. Los supermercados fueron vaciados, y lo que no fue arrasado por el agua, lo fue por la desesperación. La imagen de personas llevándose televisores y electrodomésticos entre la destrucción se ha convertido en una de las postales más amargas de aquel momento.

Sin embargo, Cancún, y por extensión Quintana Roo, demostró su capacidad de recuperación. A pesar de que la infraestructura turística quedó severamente dañada, la recuperación económica fue sorprendentemente rápida. El sector hotelero, uno de los más golpeados, entendió que debía reconstruir para sobrevivir, y lo hizo con celeridad. En pocos meses, el destino turístico volvió a operar, más fuerte y renovado.

La respuesta del gobierno fue crucial. La declaración de zona de desastre permitió la llegada de recursos federales que, junto con la determinación de la comunidad, ayudaron a levantar al estado. La reconstrucción de carreteras, hoteles y servicios básicos se convirtió en una prioridad. En menos de un año, Cancún volvió a recibir millones de turistas, y aunque las cicatrices de Wilma aún eran visibles, la ciudad recuperó su estatus como uno de los destinos más visitados del mundo.

Hoy, casi dos décadas después, Wilma sigue siendo un recordatorio de la devastadora fuerza de la naturaleza y de la fortaleza de la comunidad. Aquellos que vivieron el huracán saben que no solo se reconstruyeron edificios, sino también el espíritu de un estado que, frente a la peor tormenta de su historia, halló la forma de seguir adelante.

La mayor lección de Wilma tal vez sea la capacidad de Cancún y Quintana Roo para reinventarse ante la adversidad. Así, 19 años después, la memoria de aquel octubre nos recuerda que, aunque el viento sople con fuerza y las aguas suban, siempre habrá una manera de levantarse.

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