La principal competidora de Mara Lezama Espinosa para la candidatura al gobierno del estado, que terminó ganando por apabullante margen —al igual que, luego, la elección constitucional—, era, años ha, otra mujer: Maribel Villegas Canché, por lo que las palabras machismo, patriarcado, misoginia y género —en el sentido de desventaja para la mujer— prácticamente ni se mencionaron en las elecciones primarias ni en las definitivas. A simple vista, pareciera que en Quintana Roo no había un régimen patriarcal y machista que enfrentar, pero lo que en realidad sucedió es que la postulación de la actual —y primera mujer— gobernadora de tenía tantas ventajas, la mayoría por méritos personales pero muchas otras por situaciones coyunturales, que nunca fue necesario recurrir a esos expedientes clichés de las quejas feministas, pues —y claro que aclaramos, con clara insistencia, y antes de ser mal calificados o descalificados por el feminismo extremo— aunque ahí estaban, latentes, agazapados y prestos a abalanzarse, fueron ampliamente superados, borrados, diríamos, por la avasalladora figura de la hoy mandataria y la bendición presidencial —ambas cosas; no una sola—.

Por eso leímos con mucho interés el artículo de la brillante Sabina Berman Goldberg, publicado el domingo en El Universal, “Todos contra Claudia”, y nos dedicamos, como casi siempre sucede cuando un buen autor —perdón: no usamos el lenguaje “inclusivo” o “incluyente”, que fuerza al español al ridículo estilo de Vicente Fox Quesada, que era todo menos feminista, y nos rehusamos igual a mal utilizar las grafías “e”, “@”, “x” y demás para “desexualizar” palabras, pero apoyamos con energía la mayor parte de las acciones afirmativas en la materia, de manera similar al tema del día de ayer: el de las manifestaciones a favor de las libertades de preferencias y prácticas sexuales (no utilizamos tampoco LGBT…, porque nunca sabemos con precisión qué significan esas siglas a las cuales a diario les adhieren otra y hasta un signo de más)— se apasiona —ella es una connotada dramaturga y polígrafa feminista—, así que hay que cribar, en el sentido bíblico, sus opiniones sobre el miniescándalo durante la Convención Nacional Morenista, que para nuestro gusto no merecía más que apenas una mención en una nota de color o un par de memes.

Como en todo acto político electoral, en el de “lanzamiento” de un dudoso proceso interno del Morena —que incluyó a los aliados: el diputado con licencia petista Gerardo Fernández Noroña, y el senador también con permiso y exgobernador de Chiapas, el verde ecologista Manuel Velazco Coello—, a su arribo la única mujer en la contienda, Claudia Sheinbaum Pardo, tuvo que escuchar las consignas de “¡piso parejo!” que lanzaban seguidores de su principal contrincante —ella es casi universalmente reconocida como la más aventajada—, Marcelo Ebrard Casaubón, que —se queja Berman— escuchó al bajar de su coche solo gritos de aliento, como “¡vas bien, Marcelo, todo estará bien!”.

Si de ciertos acuerdos medio crípticos y secretos se quedó con el presidente Andrés Manuel López Obrador —¿por qué con él?, nos parecería una cuestión mucho más importante de elucidar que el leve exabrupto de una Sheinbaum justificadamente nerviosa y abrumada— en una cena triunfal por la clara victoria —que no contundente: solo ocho puntos porcentuales de ventaja— de Delfina Gómez Álvarez por la gubernatura en el Estado de México, en el restaurante El Mayor, a unos pasos del Palacio Nacional, con las groseramente llamadas “corcholatas”, se decidió no llevar “porras” a la cumbre morenista, como argumentó la ex jefa de gobierno capitalina, increpando al resucitado árbitro Alfonso Durazo Montaño, gobernador de Sonora, fue un propósito de lo más pueril: aunque no hubo insultos ni nada parecido, pedirles a los seguidores del excanciller que no dijeran nada de nada era como exigirle al respetable en el estadio Azteca no gritarle “¡culeee…!” al portero de una selección de futbol rival de la de México —ni nos hablen de ella, por favor— al momento de hacer un saque de meta despejando el balón en vez de salir jugando con riesgo a ras del césped. ¡Y ni siquiera hubo grosería alguna que mereciera para los fans del “Carnal” una buena lavada de boca con jabón Zote!

La queja de Sabina Berman es que, al otro día, los comentarios y monos, más de guasa que serios, se encarnizaron contra Claudia, llamándola autoritaria, soberbia y otras linduras parecidas —no vimos ni uno realmente obsceno—, pero si bien todas y cada uno de las quejas de la escritora contra los críticos de su congénere en otras circunstancias encuadrarían perfectamente en las actitudes persistentemente machistas, patriarcales y misóginas de las familias, las comunidades, la sociedad, los ámbitos laborales y las actividades políticas de México, en este caso no tuvieron nada que ver con las atávicas desventajas de las mujeres en una sociedad muy subdesarrollada en derechos humanos; en este caso solo se trató de señalar que, con las increpaciones —sí molestas, pero ni siquiera tan elevadas de tono, tampoco— de Sheinbaum contra Durazo, fueron como de dignataria a su jefe de escoltas, a su chalán mayor, a su mayordomo, pues, cuando en todo caso se trata de iguales: compañeros de partido y gobernantes de entidades de la federación, la segunda recién dimitida precisamente por la contienda en ciernes.

No, admirada Sabina Berman: en este caso no hubo ni trazas de actitudes patriarcales o machistas, no existieron abusos cupulares contra las mujeres, ni siquiera malos tratos o miradas de medio lado con el ceño fruncido… eso pregúntenselo a la pobre diputada Yeidckol Polevnsky Gurwits —alias de Citlali Ibáñez Camacho, que habrá tenido sus razones para cambiarse de nombre, pero bien hubiese podido llamarse Elsa Bermúdez Castillo, verbigracia, y no ponerse un nombre judío eslavo tan evidentemente inadecuado, lo cual es causa una de las principales burlas de sus muchos —y machos— detractores, enemigos jurados del “aspiracionismo”, como el gurú López, pertinaz denostador de las clases media y el arribismo—, que llegó al registro, la encerraron en un cuartucho, casi incomunicada y cuando al fin le avisaron que ya podía salir, se encontró con una mesa de registro más limpia que un quirófano —del Hospital Militar, claro, no del IMSS-Bienestar— y el “proceso” con el “podéis ir en paz” apenas perceptible en lontananza.

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Identitätsdiebsthal…

Yeidckol, si con esas sales

Aun de buen corazón

No estaría nada cabr…

Que yo fuera Von González

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