Feminismos En Corto Sin Tanto Rollo

@HaideSerrano dirige y conduce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo, una plataforma sobre feminismo, perspectiva de género, igualdad, derechos humanos y paz. Es autora del libro “Mujeres líderes en la pandemia”. Es licenciada en Comunicación y maestra en Género, Derecho y Proceso Penal.

“Toda mujer es educada en la ley del agrado, aunque no lo sepa. Y todo varón presupone esa educación que la otra ha recibido y es consciente de ello”. – Amelia Valcárcel

“El destino de la mujer es agradar y ser subyugada”.- Jean-Jacques Rousseau

La vida de las mujeres se ha regido por un sistema de creencias y mandatos que convergen en una cosa, agradar. Un destino que se marca desde el nacimiento. Una serie de reglas que se nos imponen desde las costumbres y la cultura, y que la filósofa y escritora Amelia Valcárcel ha acuñado con el término la “Ley del agrado”.

Las mujeres vivimos regidas por la “Ley del agrado” y, la mayor parte del tiempo, no lo sabemos. Esta ley, al ser parte del sistema de lo querido y lo apreciado, como señala Valcárcel, es decir, de la costumbre, es una ley que orienta nuestra forma de ser. No es explícita, casi invisible y si se desobedece se sanciona duramente, con violencia.

“Si no agradas estás perdida. Hagas lo que quieras hacer, hazlo de modo tal que aquello ni levante sospechas ni levante cólera. Sonríe, sé sumisa, o aparéntalo. Vete por un camino lateral. La ‘Ley del agrado’ exige lo siguiente de una mujer: Cállate. Esa es la exigencia matriz. Mira y calla. Observa y ayuda. ¿A quién? A los tuyos, no a otros. Apiádate. ¿De quién? De los tuyos, no de otros. Es una muy dura ley y es verdad que es una ley de las tinieblas”, señala Valcárcel.

La educación, tanto en la casa, la calle, los medios, la escuela, es el instrumento principal para inculcar las diversas expresiones del agrado. Se crean así una serie de mandatos orientados a agradar, ¿a quiénes? No a nosotras, NO, desde luego. ¡A los hombres!

Las mujeres que se rebelan a los roles impuestos por el patriarcado, por ejemplo, que salen del ámbito privado para participar en el público. Las mujeres que ejercen su ciudadanía y sus derechos. Esas mujeres saben que desafían la “Ley del agrado” serán sancionadas por la sociedad machista con violencia en cualquiera de sus modalidades. Las rebeldes, las desagradables, las desobedientes, serán víctimas de feminicidios, violaciones, desapariciones, ataques con ácido, golpes, entre más ejemplos.

Las mujeres que no obedecen la “Ley del agrado” también son aquéllas que se niegan a “servir” a la sociedad contra la exigencia de ser madres. Las que eligen vivir su sexualidad en libertad. Las que renuncian a “adornarse” como objetos para el consumo masculino. Las que estudian algo que sólo es “para hombres”. Las que tienen preferencias sexuales que escapan a la heteronormatividad. Esas mujeres ya no son agradables.

Tampoco son “damas” las que participan en política, “no se ven bonitas”, porque no se quedan calladas. “Deberían quedarse en casa cuidando a los hijos y al marido”, vociferan las y los machistas. Insultan a quienes protestan en las calles por los derechos de las mujeres y les llaman “feminazis”. Se vuelven mujeres fastidiosas porque gritan y hacen pintas en las calles.

Queremos agradar también en la cama. Casi el 70 por ciento de las mujeres que han participado en encuestas ha dicho que alguna vez ha fingido un orgasmo.

Atendemos la “Ley del agrado” incluso cuando no defendemos nuestros puntos de vista ni ideas o proyectos, porque no queremos ser la “conflictivas, no queremos parecer antipáticas y que nos señalen como las que siempre molestan. Mucho menos que nos califiquen con ese otro insulto machista tan cotidiano: las “mal co3$%&” o “mal atendidas” en la cama.

O bien, cuando la pareja nos ha pintado el cuerno y preferimos no hacer una escena o escándalo. Porque una dama sabe cómo comportarse, es decir, no hace olas. Los alborotos son para las fastidiosas, las que no agradan.

“Doy total preferencia a las mujeres casadas […] son esmeradas y dóciles […] y están obligadas a llegar hasta el límite de sus fuerzas para hacer frente a las necesidades de la vida. (Declaraciones de un patrono inglés, 1844)”

Esa “Ley del agrado” está en nuestro ADN. Para Amelia Valcárcel está en nuestra alma. Lo terrible es que esto de agradar nos sale “naturalito”. Tenemos tantas ganas de agradar que muchas veces lo hacemos sin pensarlo, sin que nos lo pidan. La filósofa Ana de Miguel dice que la “Ley del agrado” nos rige a las mujeres, igual que la gravedad rige a los planetas.

Y lo que es peor, esta ley va totalmente en contra de nosotras, de nuestra libertad, de nuestros intereses, de nuestra economía, de nuestra salud física, emocional y mental.

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